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lunes, 2 de junio de 2008

Fundamentos para crear una nueva sociedad, basada en valores socialistas del Siglo XXI. Por. Richard Herrera

PRINCIPALES ASPECTOS DE LA ACTUAL SOCIEDAD VENEZOLANA

El socialismo del siglo XXI, así como lo ha llamado nuestro Presidente de la República, es un modelo propio para la Venezuela actual y futura que todos queremos puede encontrar su fortaleza en torno a políticas públicas orientadas a la superación de la pobreza, en las que las mismas personas afectadas por ella, sean protagonistas de su liberación con apoyo del Estado y de la sociedad civil. Sin aferrarse a una denominación u otra es posible encontrar múltiples áreas de coincidencia entre los más diversos actores políticos y sociales que hagan posible avanzar hacia una sociedad más justa y humana. La concepción y organización del Estado que puede hacer posible esa visión compartida del futuro de Venezuela es aquella que profundice los principios sociales de la democracia que hacen posible el reconocimiento de todos en el proceso sociopolítico y el balance en el ejercicio del poder.

El respeto y el amor entre los seres humanos, parte de una perspectiva fundamental: El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea fundamental para cada persona, y por ende lo es para toda la sociedad. Por otra parte, el amor conlleva la justicia que también debe ser elemento constitutivo de cualquier modelo de convivencia social. El Estado debe garantizar la justicia. La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética.

Una nueva sociedad, donde brille la justicia debe tener en consideración el amor. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre… El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido –cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regale y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio.

El diseño de un modelo propio venezolano será posible si se logra superar la polarización que enceguece y los extremismos en las formulaciones teóricas o prácticas de los modelos sociales y políticos. La polarización política existente en la sociedad venezolana puede hacernos caer en la tentación de escoger entre modelos extremos, individualismo o colectivismo, sin caer en la cuenta que ambos se inspiran en humanismos cerrados a toda perspectiva trascendente. Juan Pablo II lo advertía de manera muy clara: el afán de ganancia exclusiva por una parte; y, por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: “a cualquier precio”. En otras palabras, nos hallamos ante la absolutización de actitudes humanas, con todas sus posibles consecuencias.

El diseño de un modelo propio venezolano será posible si se logra superar la polarización que enceguece y los extremismos en las formulaciones teóricas o prácticas de los modelos sociales y políticos para ponernos en condiciones de tener en cuenta el logro del bien común, la solidaridad, la promoción de la participación ciudadana, la organización social, el compromiso de todos y la formación socio-política. En el actual momento histórico del país, lograr avanzar de verdad hacia una nueva sociedad, justa, fraterna y de paz, requiere un cambio de mentalidad, una profunda conversión: un cambio en las actitudes espirituales que definan las relaciones de cada hombre consigo mismo, con el prójimo, con las comunidades humanas, incluso las más lejanas y con la naturaleza; y ello en función de unos valores superiores, como el bien común, o el pleno desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.

La persona humana es el centro y fundamento de todo quehacer social, cultural, económico y político. La dignidad de la persona humana tiene su raíz en el hecho maravilloso de ser creada a imagen y semejanza de Dios. El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social.

Los venezolanos, como seres humanos que somos, estamos llamados desde lo más profundo de cada uno de nosotros a pertenecer al tejido social, a ser miembros activos y conscientes de la sociedad civil, del pueblo organizado que tiene en sus manos las decisiones sobre el destino del país. En ese ejercicio constante y responsable de su libertad manifiesta su relación con Dios y la fuerza del amor presente en él. En efecto, no es un ser solitario, ya que “por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás”.

La persona humana es unidad de cuerpo y alma. Mediante su corporeidad, el hombre unifica a sí mismo los elementos del mundo material… Por su espiritualidad supera la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la realidad. Así, el ser humano está vinculado al mundo material donde vive, pero también está abierto a la trascendencia, es decir, a Dios. El proyecto social y político que soñamos para Venezuela incluye esta realidad fundamental. Además, como la persona humana es única e irrepetible, con una libertad que siempre es, en el fondo, expresión de su comunión con Dios y los demás, reconoce y respeta sus derechos irrenunciables e inalienables, cuyo núcleo fundamental es el derecho a la Vida plena realizada en el amor y en condiciones que la hagan feliz para todos.

En el propósito de edificar una nueva sociedad en la Venezuela del siglo XXI que parte del respeto de la dignidad de la persona humana se reconoce al mismo tiempo la sociabilidad humana. La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de estar en comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor. Desde esta perspectiva, se entiende que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. Además, esa sociabilidad no es uniforme, sino que tiene diversas y plurales expresiones. En esta línea se aprecia el fenómeno de la socialización, es decir, el surgimiento de grupos, asociaciones e instituciones de la sociedad civil para diversos fines. La riqueza humana de la vida social y política en libertad y democracia se manifiesta precisamente en la multiforme variedad de organizaciones surgidas de la diversidad cultural propia de las sociedades complejas como la nuestra, y de la incesante creatividad popular en la búsqueda de respuestas adecuadas a sus distintas situaciones en los distintos aspectos de la vida pública.

Una sociedad más justa y humana, como la que queremos para Venezuela, se inspira también en el principio de subsidiariedad el cual exige que las personas, las familias y las comunidades pequeñas o menores, conserven su capacidad de acción ordenándola al bien común, y que el Estado y las diversas ramas de éste, realicen sólo lo que aquellas no están en capacidad de ejecutar. De este modo se obtiene el auténtico protagonismo popular en la vida pública caracterizada por la participación activa y variada de todos los miembros de la sociedad en ejercicio de su conciencia ciudadana.

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