En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido. Lucas 2:25-26 (La Biblia traducción actual)
Cada Navidad nos recuerda la gracia de Dios mostrada a nosotros en el Regalo que nos hizo de Su salvación en JESÚS. En la primera Navidad sólo unas cuantas personas comprendieron quien era JESÚS. Muchos escucharon las buenas noticias que contaron los pastores y se asombraron, pero no consideraron al Niño del pesebre como el Hijo de Dios.
En aquellos tiempos el pueblo judío recordaba los hechos poderosos que Dios había hecho con ellos en el pasado. Su religión había sido dada por Dios mismo en el Monte Sinaí a uno de sus grandes héroes, Moisés. Sus sacerdotes y otros religiosos eran estrictos en el cumplimiento de una religión institucional, pero que no tenía vida. Se limitaban al cumplimiento de sus ritos, celebraban las siete grandes festividades solemnes que Dios les había ordenado, pero de allí no pasaban. La religión se quedaba en el templo y en las discusiones en las sinagogas, pero nada más. Otros de aquellos contemporáneos de JESÚS, no eran para nada religiosos. Veneraban las cenizas de sus antepasados, de sus héroes nacionales, se les había enseñado por las Sagradas Escrituras desde niños que ellos eran el pueblo escogido de Dios, ellos aspiraban que Dios levantara un libertador, un mesías y por lo tanto, ellos estaban destinados a convertirse en los dueños del mundo guiados por aquel paladín celestial, una especie del rey David, o de Salomón de sus glorias pasadas.
Sin embargo, en aquellos tiempos como hoy también, había unos pocos que le creían a Dios y en Sus profecías, en ese tiempo se les conocía como los "silenciosos de la tierra". En efecto, ellos no ponían su confianza ni en el poder temporal que el mundo ofrece, y rechazaban la violencia de los ejércitos con sus banderas de guerra y conflicto entre las naciones. Les bastaba con vivir una vida piadosa de oración y en la esperanza de lo que recomendaban las Sagradas Escrituras sobre un reino espiritual. Vendría un fabuloso futuro, que comenzaría con el Nacimiento en circunstancias milagrosas de un genuino Mesías: Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David
y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del Señor Todopoderoso.[i]
JESÚS fue llevado al templo por sus padres para cumplir con el rito de la circuncisión. Simeón, había esperado durante toda su vida el cumplimiento de la promesa de Dios en cuanto a un Mesías. Aquel hombre había vivido una vida de tal consagración que el mismo Espíritu Santo, le había revelado que no moriría hasta no tener en sus brazos a aquel Niño prometido. Cuando vio a José y María con el Niño en sus brazos, Simeón no dudó: ¡JESÚS era el cumplimiento, era un sueño hecho realidad!
Hoy, multitudes no están al tanto de la verdadera razón de la Navidad porque andan espiritualmente ciegas. Están muertos espiritualmente. Pero JESÚS, vino precisamente para darnos Vida: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.[ii] Haz que el sueño de la Navidad se haga realidad en ti.
Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
Te alabo porque has escondido todas estas riquezas de los grandes y poderosos según los conceptos del mundo, y la has puesto delante de los que tienen un corazón para Ti. Que yo pueda descansar como aquel siervo tuyo, después de ver al SEÑOR con el vestuario de un Bebé: "Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu Palabra, porque han visto mis ojos Tu salvación"[iii] En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
No dejes que la prisa de este mundo, te quiten la prisa por celebrar a JESÚS, el verdadero motivo de la Navidad.
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